Las madrugadas tienen algo que envuelve. Son momentos de calma pero también de rapidez mental. Es cuando suelo estar más despierta mentalmente y también cuando suelo bostezar más. Durante muchos años he buscado mi sitio entre los huecos de mis días. No es fácil encontrarse a sí mismo entre tantos quehaceres, pero aquí estoy. Son las 7 de la mañana y escribo desde mi habitación medio a oscuras tomándome un café. No cambiaría este momento por nada del mundo, es mi momento de conexión, de estar conmigo misma, es el momento de crear, de sacar lo que llevo dentro, de tocar aquello que duele pero también aquello que sana e inspira.

Es mi momento a solas con mis luces y mis sombras. Y lo necesito. Ya se ha convertido en mi manera de empezar los días con el pie derecho.

Es curioso como reacciona el cuerpo, cuando duermo mucho más me levanto aletargada, sin embargo, cuando mi cerebro despierta a esta hora está activo, pareciera estar deseando este momento tanto como yo. Hay que atender a nuestro cerebro, también necesita momentos de cuidado y éste es el suyo.

Después lo obligo a concentrarse en los demás, en las obligaciones, en las preocupaciones y en resolver problemas, pero ahora, tan solo dejo que suelte todo aquello que necesite soltar. Y yo siento paz, paz y alivio. Es como si estuviera sosteniendo una pesada carga en mi cabeza y al comenzar a escribir fuera haciéndose más pequeña con el paso de las letras.

Escribo para soltar aquello que pesa. Escribo para atender a esa niña que fui. Escribo para mantener la cordura. Ése es mi gran motivo.

Y tú, ¿haces algo que te ayude a conectar?