La inspiración es caprichosa. A veces, surge de la nada, como si de una magia se tratara. Viene, te inunda y se deja sentir. Sin que tengas que hacer nada para encontrar aquello que no sabías ni que buscabas. Otras, en cambio, desaparece, sin más. Son días tristes, nostálgicos, diría que incluso aburridos, en los que nada parece llenarte y te encuentras en mitad de un mundo al que no sientes pertenecer. Te sientes insignificante, sin nada que decir, sin nada que aportar. Son los días más difíciles, donde intentas escapar, donde te replanteas tus objetivos, tus metas, tus sueños. Sientes el vacío y eso, asusta. Asusta sencillamente porque no hay nada a lo que puedas aferrarte. Pero esa sensación es precisamente la que te insta a dar un paso más y buscar la inspiración en otro lugar, fuera de aquello que conoces, fuera incluso de tí misma.
Cuando esto ocurre a mí me gusta escaparme lejos de la ciudad, lejos del ruido de la vida, lejos de aquello que me resulta familiar.
Por eso ahora estoy en un lugar perdido de la sierra, en el balcón de un hotel casi deshabitado con la sierra nevada al fondo en completo silencio.
nada que hacer salvo observar. Esto es lo más difícil para mí, parar, y sin darme cuenta apenas lo hago. Siempre estoy pensando, planeando, creando, moviéndome de un lado a otro y Hace frío pero el sol calienta y yo, miro la montaña tratado de escuchar su voz, algo que me vuelva a encender esa llama que sale cuando tengo un propósito claro.
Antes, solía odiar estos momentos, ahora, los adoro. Tan solo yo y el vacío ante la inmensidad de un paisaje desconocido, aprendiendo a estar conmigo misma y con el maldito vacío. Sin deshaciendo lo que empiezo, esto último parece ser mi nuevo hobby.
Lo más curioso de estos automatismos es que a pesar de ser muy consciente de mi no parar, me cuesta darme cuenta en el momento de que vuelvo a hacerlo.
Hoy, desayunando con David en el restaurante del hotel, he empezado a organizar excursiones para este fin de semana, aunque parece que empecé mucho antes si quiera de darme cuenta.
Él, tan paciente como siempre me ha mirado y ha sonreido.
- He buscado este sitio para que desconectes, para que te inspires y te pongas a leer, a escribir y a descansar. Las cosas que dices siempre que no tienes tiempo de hacer y desde que llegamos ayer te has apuntado a todas las excursiones que nos han ofrecido. Porque además, para que ibas a elegir una, nos ofrecen 25 pues las 25 quieres hacer y lo curioso es que yo en ningún momento dije de venir aquí a hacer excursiones.
Mientras hablaba yo me reía al mismo tiempo que me lamentaba de mi obstinada obsesión por el hacer. Otra vez cayendo en mi no parar y de nuevo, sin darme cuenta.
Y es que es cierto, mi mente siempre va por delante de mí. No me he cuestionado ni un momento si a mí o a él nos apetecía hacer senderismo, simplemente dí por hecho que venir a un lugar así implicaba conocer el lugar y hacer lo que la gente se supone que viene a hacer aquí, sin preguntarme qué es lo que yo o en este caso, nosotros, vinimos a hacer aquí.
Puede parecer una obviedad pero para mí no lo es. Me cuesta pensar en mí, me cuesta hacer las cosas de manera distinta a como siempre he hecho, simplemente por mi incapacidad de parar.
Por eso, gracias a él, que muchas veces me conoce mejor que yo misma, estoy sentada bajo el sol, sintiendo la brisa de la montaña y contemplando estas increíbles vistas desde la habitación del hotel, haciendo lo que de verdad me apetece hacer, escribir.
Sobra decir que caminar sin rumbo a todas partes tal y como yo no dejo de hacer ahuyenta la inspiración. Porque puede que esté ahí, suspendida en el aire deseando que la atienda pero yo, alejada de mí misma soy incapaz de percibirla. No puedo pretender conectar con aquello que quiero decir si no me paro a escuchar lo que tengo dentro. Esto es bastante obvio, lo difícil para mí es descubrir cuál es el motivo de mi huida. Es algo que me crea curiosidad a la vez que me asusta un poco. Darme cuenta de que parezco escapar de algo no me deja demasiado tranquila. Cúal será el dolor, cuál la razón de mi incapacidad de estar sin hacer nada.
Vuelvo a mirar la montaña y la respuesta se me revela como sacada de entre los picos que sobresalen de las nubes.
No soporto sentir que pierdo el tiempo. De nuevo, las creencias que nos atrapan. Enseguida me doy cuenta de quien aprendí esto, de quien le está diciendo a la niña que se pasaba el día leyendo novelas y escribiendo en su diario que debía hacer algo productivo que le enseñara algo, que no podía estar sin hacer nada, que debía hacer tal o cuál cosa.
Somos presos de las creencias que nos inculcaron, hasta tal punto que actuamos de acuerdo a ellas sin ser conscientes de que las tenemos. En su día, las integramos en nosotros y hoy día actuamos conforme a ellas. Y esto, es un problema. En primer lugar porque no son creencias propias, no es algo que decidimos creer en su día sino algo impuesto. Y en segundo lugar, porque no son ciertas y peor aún, nos alejan de lo que realmente somos y queremos hacer.
Y este es nuestro trabajo cuando nos hacemos adultos, cuestionar todas esos aprendizajes que un día nos tragamos sin masticar y decidir, ahora sí de forma consciente, en que queremos creer. Y la parte más dificil no es cambiar nuestra forma de pensar sino darnos cuenta de aquello que estamos pensando, identificar las ideas que están bajo las cosas que no podemos dejar de hacer o que no nos cuestionamos llevar a cabo.
Porque una vez que eres consciente de todo lo que se esconde debajo, es fácil mandar a la mierda las malditas excursiones.
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