El cuento del vacío interior

Érase una vez una niña que tenía un agujero en el estómago. Era grande y se sentía súper incómodo, así que, la niña intentó taparlo. 

Como una niña que era, al principio se le ocurrió llenarlo de chuches. Comía y comía chuches tratando de rellenar ese hueco que tanto le molestaba y al hacerlo se sentía bien. ¡Estaba llena de ázucar y con la dopamina disparada! pero al tiempo empezó a sentirse pesada, inflamada, le dolía el estómago y al rato de terminar sus golosinas volvía a sentir ese agujero enorme en su barriga.


Entonces se le ocurrió llenarlo de juguetes. Al principio se empezó a sentir muy ilusionada, parecía que el vacío se estaba llenando y ella se distrajo jugando y pidiendo a sus papás más y más juguetes. Pero al tiempo se empezó a aburrir, sus papás la tacharon de caprichosa y su cuarto dejó de ser un lugar amplio y espacioso para convertirse en un lugar donde se sentía agobiada. Lo peor era que el agujero lejos de taparse parecía haberse hecho un poco más profundo y oscuro.


Así que se puso corriendo a pensar en como llenarlo porque empezó a darle bastante miedo mirar allí abajo y ver su barriga con aquel agujero que parecía crecer por días.
Pero pensó y pensó y no se le ocurrió con que más intentar llenarlo, hasta que un día se topó con un amigo en el parque que la encontró muy alterada.


-Hola Ana, ¿Qué te ocurre? pareces nerviosa.
- Hola Juan, dijo Ana con lágrimas en los ojos, es que tengo este agujero enorme aquí en mi barriga y no consigo llenarlo.
- Ah, ya veo, respondió Juan. ¿Y porqué no pruebas a preguntarle que necesita?
- ¿Al agujero? preguntó Ana sorprendida, ¿Cómo voy a preguntarle al agujero? los agujeros no hablan- dijo Ana sorprendida.
- Bueno, quizás no te responda con palabras pero si observas bien quizás descubras qué intenta decirte- dijo Juan pasándole un brazo por en el hombro mostrando su apoyo.
- ¿y qué tengo que hacer después?- volvió a preguntar Ana deconfiada.
- Nada, simplemente escúchalo y dale lo que necesite. Si ves que se siente triste, abrázalo, si notas que se agobia llevátelo lejos un momento para que se calme, si lo notas enfadado deja que chille y se exprese, si tiene miedo acurrúcalo y cántale una canción, explicó Juan sonriendo.


- ¡Ya entiendo! así que el agujero necesita que lo cuide como yo cuido a mis muñecas- dijo Ana entusiasmada, ¡eso puedo hacerlo!


Y así fue como Ana poco a poco empezó a escuchar a su agujero y a cuidar de él. Había días en que el agujero le recordaba momentos dolorosos, otros en los que sentía preocupación pero poco a poco, atendiéndolo, el agujero se fue haciendo más pequeño hasta que llegó el día en que desapareció.


Ahora Ana a veces siente que el agujero quiere volver a abrirse, entonces se para, escucha lo que intenta decirle, respira y lo atiende, y de esta forma el agujero se calma mucho antes de llegar a formarse.


Haciendo esto Ana ha descubierto muchas cosas acerca de ella misma, ya no le tiene miedo a sus emociones porque sabe cuidar de ellas y siempre le traen un mensaje importante que escuchar, así que no trata de escapar de ellas con juguetes y chuches sino que juega a descubrir los colores del arcoiris de sensaciones que viven dentro de ella.
 

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